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Jackson Browne: “Escribir canciones es algo misterioso”

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SU cálida voz de terciopelo, sus melodías gráciles y su preocupación por el ser humano, especialmente los más desfavorecidos, y su entorno siguen vivos en el ya septuagenario cantautor Jackson Browne, historia viva de la música popular estadounidense, que publica otro bello álbum, Downhill from everywhere (Universal), cuando está a punto de cumplirse el medio siglo de su debut. “Escribir canciones es algo misterioso”, asegura el compositor de clásicos de Eagles.

Browne todavía mantiene aquel palmito atractivo y fibroso de principios de los 70, ahora coronado con una barba entrecana, que enamoró tanto a Nico como a Andy Warhol cuando viajaba a Nueva York y abandonaba su residencia en Laurel Canyon, el cañón de Los Ángeles que dio nombre a un movimiento musical protagonizado por Neil Young, Eagles, Joni Mitchell, CSN, The Byrds, Gram Parsons y el propio Browne, que tenía su sede en el club Troubadour. Él debutó en 1972 con éxitos como Doctor my eyes, y acabó componiendo himnos para Eagles como Take it easy.

Estadounidense nacido en Alemania, Browne, que alcanzó el Olimpo crítico con The Pretender y el de las listas con Running on empty, que incluía su versión de Stay, se lo toma con calma entre disco y disco. A su álbum contra la política de Bush, Time, the conqueror, le siguió Standing in the breach, hace ya seis años. Trabajos asentados en la canción de autor de los 60, el rock suave de ecos country de la década posterior y una mirada nítida entre el ser humano y su entorno. Canciones de amor, esperanza, comunidad y desafío ante las incertidumbres que nos plantea el mundo actual.

Ahí sigue anclado Browne, amigo de Jabier Muguruza, en su disco actual, Downhill from everywhereel 15º que graba en medio siglo. Concienzudo hasta el paroxismo, es como ese viejo amigo al que pierdes la pista durante tiempo pero cuyo encuentro te alegra el día. Ese chaval septuagenerio ya pero capaz de cantarle a sus semejantes mirando a su interior y de combinar con maestría y oficio (otros lo llaman arte) tonadas amables y sanadoras, pero de gran carga humana en sus letras.

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“Escribir canciones es algo misterioso. A veces es como consultar el oráculo”, apostilla al hablar sobre sus nuevas canciones, en las que canta: “como un río, el tiempo se va como un tren/como una mecha ardiendo cada día más corta”. Parece la asunción de su edad y de un trayecto que va cubriendo sus últimas estaciones. A pesar de ello, sin urgencias, vuelve a retratar a seres humanos preocupados por la deriva de este mundo –incluso antes de la pandemia, cuando escribió las canciones– en el plano social, político, racial y ecológico. De hecho, la portada de Downhill from everywhere reivindica los barcos de doble casco para evitar vertidos al mar, como sucedió con el Exxon Valdez.

TOQUE HUMANO
 

Browne, que ha grabado con virtuosos como Greg Leisz y colaboradores de Clapton, Lucinda Williams, Linda Ronstadt, CSNY o John Fogerty, asegura que “una profunda corriente de inclusión” recorre estas canciones. “La idea de apertura a personas diferentes a uno mismo es la base fundamental para cualquier tipo de comprensión en este mundo”, prosigue el músico, que presta su voz cálida y aún juvenil a un repertorio luminoso y adulto. “La justicia racial, económica y medioambiental es la raíz de todos los problemas a los que nos enfrentamos. La dignidad y la justicia son la base de todo lo que nos importa”, defiende.

Y a ello se entrega, lejos del sermón y siempre rayando la caricia y la emoción, en medios tiempos de rock suave como el que abre el disco, Still looking for something, que acaba siendo una oda a la lucha y la búsqueda de la libertad. O en Until justice is real, en este caso, como en la canción titular, meciéndose en pasajes más eléctricos, mientras anhela “la verdad y la justicia”, y nos anima a preguntarnos qué es la riqueza, el bienestar, la ilusión y la democracia.

En canciones como My Cleveland heart, emponzoñada en arreglos country-rock, apuesta por la necesidad del amor y por esos corazones que “no pierden la pasión” a pesar de las palizas emocionales sufridas, mientras que nos regala también baladas melancólicas como Minutes to downtown y la sensible A human touch, esta con voz de su co-autora, Leslie Mendelson, en la que realza la necesidad de “un toque humano” en la vida guiñando el ojo a los Fleetwood Mac de Steve Nicks.

Y se atreve también con aires exóticos, como el caribeño de Love is love, la historia un sacerdote católico que recorre los barrios marginales de Haití en moto; la brisa fronteriza de The dreamer, que alterna el inglés y el castellano con ayuda de Chavonne Stewart y Alethea Mills, para narrar la historia de los emigrantes mexicanos que cruzan el río en busca de una vida mejor, y el homenaje a la Ciudad Condal, donde residió varios años y mantiene un piso en el barrio de Gracià, con A song for Barcelona, tema en el que se atreve con el catalán a ritmo de rumba elécrtrica. “Sé que no me queda mucho tiempo. Pero ahora tengo un nieto increíblemente hermoso, y siento de manera más intensa que nunca la responsabilidad de dejarle un mundo habitable”, concluye el siempre joven Browne.